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Me insinúa que el presente es una síntesis del pasado y futuro. Un tiempo convulso destinado a estirarse entre imaginarios. Ser y mirar es resultado de una serie de experiencias y estipulaciones.

 

De inmediato, siento mi pasado y futuro como convicción inmediata. Indudablemente mis pies y manos reconocen la silueta de sus movimientos. Un pequeño extracto del tiempo, de todo aquello que se pierde entre lo que va aconteciendo. Lo arremedan y desmantelan. Se fusionan en la repetición.  Reconozco que me gusta nombrarlos entre palabras e imágenes en los que enmarco, sin saber exactamente si estoy caminando de reversa o un par de pasos hacia adelante.

 

Con cierta  desesperación. me vuelve a repetir que no es verdad que el presente es parpadeo. Vuelve a aclarar: <<Es tan extenso como lo que antecede y lo que procede>>. Fue en es preciso momento, como si las palabras rebotaran y su último regreso fuera estridente, cuando comprendí que esa extensión circulante, apegada a un conjugación hipotética o ya existente, se esclarece siempre ante la mirada: qué miramos y cómo lo miramos. La apropiación de esta realidad, como sea que la evoques, es entonces presente extenso y andante. Continúa. Una y otra vez, lo revelamos a nuestras formas. Acciona, aunque sólo pronunciemos.   

¿Si el presente tuviera sonido sería un eco? ¿Encadenado a vibraciones? A lo que se expande ante la pronunciación. Tal vez en algún momento dejaríamos de identificar de dónde proviene y seguramente, nos encontraríamos como ahora: tratando de alcanzarlo: recordando o imaginando. 

En el último tramo, no sé exactamente a dónde, me observa mirar hacia la ventana. Lo siento formulando su conclusión y yo queriendo el paisaje como posible, como imagen, como cuadro y encuadre, como imaginación, como recuerdo, como pretérito y pospretérito. Quizá, y sólo hasta ahora quizá, como respuesta. Vuelvo la cabeza, giro el cuerpo abierta al devenir de esta conversación: <<¿qué miras ahora?>>

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